Si buscamos el origen de los controladores de plagas quizá haya que retroceder a la Edad Media. Allí encontraremos la figura del cazador de ratas, el antepasado lejano de los exterminadores.

 

Los desratizadores

El desratizador se caracterizaba por llevar un palo donde mostraba sus capturas. Atadas por la cola podía llevar varias ratas que servían de reclamo. Era habitual que transportase una jaula que funcionase como ratera, o bien un estandarte heráldico con ratas dibujadas. En Inglaterra, otra de las maneras de identificar al desratizador era una banda en el sombrero, y años después, una cinta de cuero en el pecho con ratas inscritas. En el Reino Unido, los cazadores de ratas se encargaban de aportar roedores a los entrenamientos de perros que se celebraban.

El cazador de ratas solía acompañarse de un perro ayudante -la raza terrier era la más extendida- e incluso un aprendiz. Otros animales de compañía eran gatos y hurones. Se trataba de una actividad que requería ingenio y destreza, y estaba bien remunerada. Por ello, los desratizadores eran personas tan necesarias como respetables. Sin ir más lejos, en el cuento El Flautista de Hamelín se describe su figura.

En Francia comenzaron a surgir empresas desratizadoras. Si en España abundaba tanto la rata negra como el ratón doméstico, los franceses sufrían los estragos de la rata de alcantarilla. Para ello se crearon brigadas de poceros que trabajaban en los sumideros colonizados por las ratas de alcantarilla, que habían expulsado a las ratas negras. En aquella época se usaban tanto trampas como cebos envenenados.

 

El cólera y la desinfección en la españa del siglo xix

En la época en que el cólera hacía mella en la población surgió la denominada brigada de desinfección. Su función era evitar que se propagasen las enfermedades infecciosas. Durante esos años aún se desconocía el vínculo entre gérmenes y contagio de epidemias descubierto por Pasteur. Asimismo, las condiciones higiénicas dejaban mucho que desear.

En 1834 el BOE publicó una serie de reglas “para proceder al expurgo y desinfección de la población después de casi extinguida la enfermedad epidémica que ha afligido a esta capital”. De este modo, se recomienda que se blanqueen techos y paredes y la limpieza con agua clorada dos veces al día en los hospitales y establecimientos donde haya habido enfermos de epidemia. Además, se ordena que los enseres que hayan estado en contacto con los pacientes sean lavadas con agua hirviendo y expuestas al sol.

La epidemia de cólera que asoló España en 1885 trajo medidas como la quema de objetos. En la estaciones también se procedía a la desinfección de maletas y bultos. Igualmente se ponía especial cuidado en los puertos en los que hubiese riesgo de epidemia. Por otro lado, en las áreas fronterizas se desarrollaron mecanismos para desinfectar personas y objetos. De esta manera se estableció un servicio de inspección médica en la frontera con Francia, donde se atendía a pasajeros y se desinfectaba el equipaje. En el país vecino, la implantación de un servicio de desinfección redujo en un 25% la mortalidad debida a las infecciones. A través del cuerpo de Sanidad Exterior se llevaba a cabo la quema de azufre en los barcos, una vez se supo que la pulga de la rata transmitía la peste.

 

Las estufas de vapor

A finales del siglo XIX la policía sanitaria implantaba el sistema de estufas de vapor. Eran conducidas por caballos en un vehículo que se conocía como locomóvil. Ya a principios del XX se obligaba desde el Gobierno a comunicar a las autoridades cualquier caso de persona enferma. A esto seguía la desinfección de la habitación y enseres del paciente. Se guardaba especial celo en los casos de peste, fiebre amarilla, cólera, lepra, viruela, sarampión, escarlatina, difteria, tifus, fiebre tifoidea y tuberculosis.

Los ayuntamientos de más de 20.000 habitantes debían instaurar un Negociado de Sanidad para gestionar la información sobre los casos de estas enfermedades. Del mismo modo, los hospitales estaban obligados a instalar estufas de desinfección. Cuando se realizaba el tratamiento era necesario expedir un documento que así lo atestiguara, así como colocar un sello que asegurase que se había efectuado este control. Si se hallaban parásitos, ratas o ratones el desinfector tendría que actuar también como desratizador.

En 1903 se publica la Cartilla del Desinfector, elaborada por César Chicote y del Riego. Éste sería director del Laboratorio Municipal de Madrid hasta 1932. En su obra se enumeran productos desinfectantes, aparatos y tratamientos. Con una mentalidad adelantada a su tiempo incide en la importancia de no contaminarse ni contaminar. Por otra parte, distingue entre el desinfector de locales y el maquinista que emplea las estufas de vapor.

 

Los años de la profesionalización del gremio

La década de los 60 marca un punto de inflexión, pues los tratamientos de desinfección periódicos dejan de ser obligados. Por este motivo, en los certificados de desinsectación de la época debía figurar el periodo en que era efectivo el tratamiento, al igual que el periodo de garantía de las empresas de control de plagas actuales.

Son los años en que irrumpen los insecticidas de la familia de los organoclorados. Al ser un producto más persistente ya no son necesarias las desinsectaciones periódicas. Estos productos se aplicaban en locales y vehículos. Para poder efectuar esta actividad los profesionales debían tener permiso de la Dirección General de Sanidad. Para conseguirlo había que facilitar un inventario con las sustancias utilizadas y su composición, así como los aparatos y técnicas que empleaban. Los operarios necesitaban un diploma de auxiliar sanitario y examinarse anualmente ante el Instituto Provincial de Sanidad.

Por último, había que especificar qué medidas de protección llevaban a cabo los trabajadores ante la exposición a los insecticidas. De hecho, un médico debía acompañar al desinsectador si el tratamiento se realizaba mediante fumigación, para socorrerlo en caso de accidente. Este método se usaba en locales aislados, vagones de transporte y almacenes.

A modo orientativo se recomendaba la desinsectación de colegios durante los tres periodos vacacionales. En los establecimientos de la industria alimentaria eran necesarias cuatro actuaciones al año. En los locales de venta de ropa, muebles usados, papel o tintorerías, un tratamiento cada dos meses. Dentro de teatros, cines, cafés, bares, hoteles y medios de transporte, una desinsectación mensual. Y cada 15 días en los casos de guardarropas, casas de baño, piscinas, centros deportivos y gimnasios. La Dirección General de Sanidad se reservaba el derecho de modificar las tarifas de las empresas del ramo.

Por lo general, los insecticidas empleados eran fabricados por las propias empresas de control de plagas. En estos años se usaban los aparatos nebulizadores y las bombonas autoeyectoras.

 

Centro técnico de fumigación: pionero del control de plagas en españa

El Centro Técnico de Fumigación se considera una de las primeras empresas españolas de control de plagas. A principios del siglo XX desarrolló su propio sistema de desinsectación y desratización con ácido cianhídrico. El primer uso de esta fórmula tuvo como objetivo atacar la plaga del piojo rojo del naranjo. Para ello se empleaban polisulfuros de cal mediante pulverización. Este método se introdujo con éxito en los naranjos de California. Aquí en España, Constantino Grima lo trasladó a los olivos.

A continuación desarrollo una máquina fumigadora para producir automáticamente el gas cianhídrico para aplicar sobre los árboles en su cantidad exacta. De esa manera se evitaban los peligros de exposición de los operarios. Anteriormente, el gas cianhídrico se lograba al mezclar agua con ácido sulfúrico y cianuro, acarreando numerosos accidentes en los tratamientos manuales.

Más tarde comenzó a emplearse este sistema en los casos de plagas urbanas, como chinches, pulgas y cucarachas. Los locales del ejército fueron unos de los primeros en comprobar este método. Después se llevaría a cabo el tratamiento en el puerto de Vigo. Mediante una manguera, el gas podía dirigirse hacia donde se deseara. La actividad de Constantino Grima se ampliaría a cárceles, hoteles, trenes, hogares y almacenes. Asímismo se emplearía en la extinción de perros vagabundos.

En los 60 ya existían empresas de control de plagas que ofrecían la cámara de desinsectación. Con esta técnica, podía aplicarse el gas cianhídrico a un vehículo en un lugar cerrado herméticamente. Pero el tratamiento en ciudades fue cayendo en desuso. Otra sustancia que se empleaba en esta década era el dióxido de azufre, así como formaldehído, también en estado gaseoso. Vistos ahora resultan unos productos muy peligrosos para los trabajadores.

 

El DDT en españa

DDT son las siglas del insecticida dicloro-difenil-tricloroetano. Gracias a este producto, en España se logró erradicar el paludismo. Su creador, Paul Müller, recibió el Premio Nobel en 1948.

Tras unos años en que sólo podía obtenerse a través de la importación, comenzó a producirse a nivel nacional. Esto significó una oportunidad de negocio para muchas empresas, dado que era necesario conseguir este insecticida a bajo precio para enfrentarse a enfermedades transmitidas por piojos, pulgas o mosquitos. Salieron al mercado diversas variantes de DDT:

  • Neocid, para tratar personas
  • Gyron, que servía para combatir las larvas en el agua
  • Neocidol, dirigido a los animales
  • Gesarol, enfocado a los insectos que dañaban la agricultura
  • Gesafid, indicado para atacar el pulgón
  • Geigy 33, para proteger el grano
  • Polvo AP 50, especial para corrales y cuadras
  • Cam, para uso doméstico

Algunas compañías comercializaron el DDT -dosificado en un 20%- bajo el nombre de Detano. Así surgirían Detano Matachinches, Detano Matapolillas y Detano Matacucarachas. Otras empresas dedicadas al ámbito desarrollaron la marca ZZ. Se trataba de un insecticida en polvo contra insectos rastreros, o bien en pulverizado líquido para moscas y mosquitos. También salieron al mercado lociones y jabones dirigidos a la higiene personal.

En la década de los 50 aparece Fórmula 1951, reforzado con nuevos principios sintéticos como el lindano. Bajo la marca INU -insecticida universal- podían hallarse INU Agrícola, INU Vigoroso o INU Polilla, que combinaban DDT con pelitre y paradiclorobenceno. Otra empresa como Cruz Verde desarrolló DDT Técnicamente Puro, DDT Fulminante, DDT Popular, DDT Infalible y DDT Polil.

En los años 70 se dejó de comercializar DDT en España, pero muchas compañías continuaron produciéndolo para exportarlo. La fabricación mermó por razones medioambientales y fue restringiéndose su aplicación en la agricultura, en beneficio de otros insecticidas.

El DDT fue durante muchos años sinónimo de remedio milagroso. Se hizo tan popular que la Editorial Bruguera lanzó una revista con ese nombre que perviviría tiempo después de que el producto fuera prohibido.

Si tiene algún problema de plagas contacte con SeviPlagas – Tu Empresa de Control de Plagas en Sevilla.

Contáctanos

Inspección Gratuita